sábado, 18 de octubre de 2014

Un átomo de lluvia

> Por El Tomi Müller.

Si el primer intento fue imprudente el segundo fue descabellado. Y es que el paso a paso de la seducción pierde siempre con el salto mortal del sexo instintivo. De nada había servido el escarnio del reposo obligado a causa de la fracasada conquista, ni las inspiradas palabras de amor como caricias del cielo sobre la tierra que me había memorizado para decirle, ni el cálculo preciso del tiempo impasible que me tomaría descorrer el telón de sus bombachas e ir descubriendo el escenario de sus glúteos níveos, todo lo cual, lejos de serenar mis impulsos, me había jugado en contra. Fue esto lo que me llevó en volandas a intentar acceder por la retaguardia sin premeditación y con alevosía. Volví a encaramarme sobre los endebles peldaños de mi escala de valores hasta que mi heredad machista se apoderó nuevamente de mi escroto. Se dispararon incontrolables las imágenes libidinosas de sus piernas abiertas en medio de las cuales brillaban los pliegues secretos de su vagina y las íntimas tonalidades del orificio anal entre sus nalgas. Entonces me empezó a temblar el pulso del pene y como un ser independiente de mi control se desbocó por cuenta propia como un géiser y eyaculó una cucharada de miel blanca que resbaló por la suavidad del muslo femenino como un esquiador por la falda de las montañas. Ella sintió la humedad como el átomo de una gota de lluvia. Otro intelecto más que se agigantaba, ¿será por eso que dicen que todas las mujeres son iguales? No lo sé, pero ésta también empujó muy suavecito la escalera con el índice y yo volví a caer como caen los alpinistas, hecho un pequeño guijarro hipnotizado por el vértigo de los precipicios. Y otra vez con la líbido en cuarentena, los huesos del erotismo hechos pedazos y el nivel de semen por las nubes, altísimo, por allá donde el cerebro de las féminas vuela planeando sabiamente el espacio como un águila en celo y la brutalidad masculina aletea con el desorden propio de los buitres carroñeros.

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